mediados del siglo XIX

En estas circunstancias, la mente de Europa sufrió un eclipse, seguido de un estado de ánimo prolongado de abatimiento. Muchos artistas y pensadores establecidos o emergentes habían sido asesinados o arrancados de sus hogares o privados de su medio de vida: Wagner huyendo de Dresde, donde dirigió la ópera; Chopin y Berlioz sueltos en Londres, porque en París la música que no fuera la ópera estaba moribunda; Verdi regresa a Milán con grandes esperanzas patrióticas y regresa a París en unos meses, completamente desilusionado; y Hugo en el exilio en Bélgica y más tarde en Guernsey, todos tipifican las vicisitudes en las que se encuentran los hombres de renombre a mitad de su carrera. Para los jóvenes y desconocidos, como el poeta Baudelaire o los pintores ingleses que formaron la Hermandad Prerrafaelita, no era momento de invitar al público a admirar la osadía y aceptar la innovación. Tanto los críticos como el público estaban nerviosos y hostiles a la subversión. Leer la obra maestra de Flaubert, Sentimental Education (1869), es comprender la atmósfera en la que terminó la primera fase del Romanticismo y nacieron sus ramificadas secuelas.

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